Mi querida elle

por Rosario González Galicia

Un día, siendo yo de unos siete u ocho años, llegó mi padre bastante molesto del trabajo. Contaba, entre perplejo y fastidiado, que había oído decir a uno que se había comido un poyo. "Y se creen estos de Madrid que hablan bien –seguía diciendo-. Pero ¿cómo se va a comer alguien un poyo?". Mi madre y yo nos echamos a reír con su cuento, captando sin necesidad de más explicaciones el juego de palabras que inopinadamente había creado una persona anónima. Mi padre, sin saberlo –claro está-, no sólo estaba haciendo un análisis fonético, al apreciar puramente por el oído una carencia en la pronunciación de los oriundos de Madrid, sino que estaba haciendo un análisis fonológico –y de lo más riguroso- al manifestar con el ejemplo del poyo que, con un solo fonema que se cambiase en la palabra (repitiéndose los demás), se estaba cambiando de significado, y, así, sólo con poner donde había una ll una y, se estaba pasando de referirse a un animal a referirse a un banco de piedra apoyado en la pared.

Tampoco yo en aquella tierna edad podía saber que aquello era un análisis fonológico: ¡líbrenos Dios de tanta sabiduría en algunos momentos! Pero el asunto demuestra una vez más que no es preciso haber pasado por la Universidad ni haberse dedicado a la Lingüística o a la Filología para saber lengua: los hablantes somos los que sabemos lengua, pero no somos conscientes de que la sabemos porque, si no, la pura consciencia nos estorbaría en el uso de la misma. En algunos momentos, por la razón que sea, el hablante –cualquier hablante- hace una reflexión –no al estilo científico, sino en la forma corriente en que la gente reflexiona, en medio de la conversación, sobre tantas cosas en el correr de un día o de los días- sobre cómo habla él o cómo hablan sus prójimos y acierta a sacar fuera, a expresar lo que él tiene hace mucho tiempo asimilado y olvidado para que no lo estorbe mientras lo usa, o sea mientras habla.

 

Mi padre, emigrado a Madrid, como tantos otros, en el año sesenta y tantos desde su tierra castellana, con un paso escaso por la escuela porque había que trabajar en el campo desde muy pequeño, con unos conocimientos mínimos ("las cuatro reglas" –como dicen los mayores todavía-), echaba en falta en el habla de los madrileños un elemento que nunca habría echado en falta si no hubiese salido de su pueblo de Segovia: la elle.

La pérdida de ll, y en general su confusión con la consonante y, es lo que se conoce como yeísmo. Se trata de un fenómeno de carácter universal, es decir, que se da en todas las lenguas que tienen en su sistema fonológico ll. No todas las lenguas cuentan con este fonema; entre las más próximas a la nuestra sí lo tienen el italiano, el portugués o el catalán, entre otras. Dentro del ámbito de la lengua española, el yeísmo presenta una intrincada repartición geográfica (tanto en España como en América), diferentes momentos de aparición en unas u otras zonas y, a veces también, como característica entremezclada a las anteriores, diferencias según capas de población o de edad de los hablantes. No es mi pretensión aquí hacer una exhaustiva exposición del fenómeno (hay mucha y muy seria bibliografía al respecto), sino sólo una breve semblanza de su desarrollo en la lengua española, sobre todo en lo que respecta a su origen y a su extensión geográfica, sin atreverme a entrar más que de puntillas en el terreno de lo sociológico, donde el asunto se complica extraordinariamente, lo que requeriría una exposición mucho más profunda y extensa que la que este artículo pretende.

En el tiempo, el yeísmo presenta testimonios escritos muy tempranos (lo que significa que en el habla lo son aún más). Estos testimonios son de personas de la mitad sur de España y de españoles de ese territorio que, emigrados a América tras la conquista, escriben allí textos literarios o simplemente cartas que envían a sus parientes o amigos españoles. El primero, citado por Rafael Lapesa en su preciosa obra Historia de la Lengua Española, es el de un mozárabe de Córdoba del año 982. Abundan los testimonios en lo que fuera el antiguo reino de Toledo durante los siglos XIV a XVI, no sólo entre rústicos y ganapanes, sino entre personas de rango social más elevado; también son abundantes en la Andalucía de los siglos XVI y XVII, y –como ya se ha apuntado- desde los primeros años del asentamiento de los conquistadores en diferentes puntos de América (México, Honduras, Perú, etc.). Tales testimonios a veces refieren la forma de hablar de gentes del pueblo, pero en otros casos son propios de escritores tan famosos ya en su época como Lope de Rueda o Góngora. En uno y otro caso aparecen errores y ultracorrecciones, confusiones en la escritura que no hacen sino mostrar la confusión en la pronunciación entre ll y y, en favor de esta última. Y, así, por un lado, se dan cabayo, yorando, yamando, ayá, y, por el otro, y en el uso de las mismas personas, sullos (por suyos), vallan (por vayan), papagallos o lla, por poner algunos ejemplos.

En lo que respecta a la situación actual del fenómeno en España, el yeísmo principalmente está extendido al sur de la Cordillera Central y en las islas Canarias, aunque no de forma absoluta ni uniforme. En América, dada la inmensidad del territorio donde se habla español, los diferentes momentos de la conquista así como la distinta procedencia de los conquistadores, sin olvidar la influencia ejercida por las diversas lenguas autóctonas habladas allí a la llegada de los españoles, la situación es bastante más compleja.

En la mitad sur de España, son yeístas Madrid, una franja de Ávila y gran parte de Castilla la Mancha, aunque no la casi totalidad de la provincia de Guadalajara ni la Serranía de Cuenca ni la provincia de Albacete, pero sí su capital. El yeísmo es característico de casi toda Andalucía (con zonas aisladas no yeístas en las serranías de Huelva, Sevilla y Córdoba; en algunos puntos de las sierras de Grazalema, en Cádiz, de Ronda, en Málaga, de la Alpujarra oriental, en Granada, de las de Segura y Cazorla, en Jaén; y en algunas otras áreas aisladas) y de la mayor parte de Extremadura (casi totalmente extendido por la provincia de Badajoz, pero no así en la de Cáceres, donde sólo se da el yeísmo en las comarcas colindantes con las de otras provincias yeístas). En la comunidad murciana hay yeísmo en los núcleos urbanos de Cartagena y Murcia, pero no lo hay en la pronunciación campesina. En las islas Canarias el yeísmo es general en las islas centrales de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, pero en conjunto en el resto, tanto en las islas orientales de Lanzarote y Fuerteventura, como en las occidentales de La Palma, Gomera y Hierro, se distingue ll.

En la otra mitad española, la situada al norte del Sistema Central, no se da tampoco una situación uniforme, si bien lo característico es la distinción de ll. Por una parte hay que decir que en las otras lenguas españolas –gallego, vascuence y catalán-, habladas en las comunidades de Galicia, País Vasco, Cataluña, Valencia e islas Baleares, se distinguen perfectamente ll de y, lo que contribuye a que los hablantes de estas lenguas, la inmensa mayoría bilingües, distingan también nítidamente ambos fonemas cuando hablan español, y repercute en que los habitantes de estas comunidades procedentes de otras regiones españolas no yeístas sigan manteniendo su propia y originaria distinción en el español. Las restantes comunidades –Cantabria, Asturias, Castilla-León, La Rioja, Navarra y Aragón- no son en principio yeístas, pero en todas ellas es observable el avance del yeísmo, asentado principalmente en ciudades importantes, desde donde a veces se extiende a zonas rurales, como es, por ejemplo, el caso del yeísmo en la comarca oeste de Cantabria próxima a la ciudad de Santander, desde donde irradia. Es decir, que, en el caso de la mitad norte española, el yeísmo se va implantando en las ciudades y entre la población más joven frente a los de más edad, mientras todavía no ha cundido en el mundo rural. ¿Por qué este avance? Como dije al principio, este fenómeno se da en todas las lenguas que cuentan con fonema ll. Debe, por lo tanto, tenérselo por universal y, en ese caso, consecuencia de esa vieja ley que se conoce como la "ley del mínimo esfuerzo". Dicho así, puede sonar a broma (aunque en absoluto se lo parezca a cualquiera que se haya arrimado al estudio de las lenguas). Pero no es que con esto se quiera tachar de perezoso al género humano –que, por otra parte, propende a serlo, y con todo derecho-; más bien es que el hablante busca diferenciar sólo los elementos imprescindibles para la comprensión (y gasta las energías mínimas en los irrelevantes); ocurre, además, que el hablante tiene mayor dificultad para realizar unas articulaciones que otras, y, en el caso que nos ocupa, hay que suponer que es especialmente difícil la de ll, dados la extensión y avance de su pérdida –lo cual no debe extrañarnos si lo ponemos en comparación con el hecho de articular algunos sonidos ajenos a nuestro sistema y propios de lenguas extranjeras y comprobamos los penosos esfuerzos, con a veces escasos resultados, cuando tratamos de pronunciar esa vocal de cup distinta de la de cap o de la de carp, o la vocal de sheep frente a la de ship, esas vocales que tan facilitas le resultan de oír y de pronunciar a un señor de lengua inglesa y tan difíciles en cambio para uno de lengua española-. Claro que esa ley señalada también tiene su reverso: se trata de la "ley de la máxima claridad", que consiste en que el mismo perezoso género humano no puede serlo tanto como para, extralimitándose en su desidia, no hacer las distinciones imprescindibles, como, por ejemplo, en nuestra lengua, entre a y e, porque, entonces, no podríamos distinguir para de pera ni dado de dedo ni aso de eso, etc., etc. Teniendo en cuenta esta segunda ley y sabiendo que ll y y son fonemas distintos porque distinguen palabras (o sea, significados), cosa por la que, volviendo a la anécdota contada al principio, a mi padre le parecía de todo punto imposible "comerse un poyo", ¿cómo es que una buena parte de los hablantes de una lengua pueden permitirse el lujo de perder ese fonema sin, casi nunca, sustituirlo por otro, sino confundiéndolo –o sea, haciéndolo idéntico y, por tanto, haciendo de dos uno- con otro (lógicamente no con cualquiera sino con el más parecido en características fónicas)? La contestación no es fácil ni yo pretendo dar aquí la única y verdadera. Pero en el caso del yeísmo en la lengua española se han unido en su desarrollo y propagación al menos tres factores, dos de orden interno (lingüísticos) y otro de orden externo (sociológico). Por un lado, a la señalada "ley del mínimo esfuerzo", se añade el hecho de que la oposición fonológica entre ll y y es de escaso rendimiento –como se dice en la jerga de los estudiosos de la fonología-. Significa esto, dicho más llanamente, que hay pocos pares de palabras que se distingan exclusivamente por la aparición en el mismo lugar de la palabra de ll o de y. Algunos ejemplos de estos pares son halla(s)/haya(s), arrollo/arroyo, callado/cayado, valla(s)/vaya(s), calló/cayó, gallo/gayo, hollar/hoyar, pollo/poyo, pulla/puya, rallar/rayar, etc. A este escaso rendimiento fonológico se añade el hecho de que ni ll ni y son fonemas que abunden mucho en nuestras palabras. El factor de orden externo que ha influido en la expansión del yeísmo, en lo que a España se refiere, es un factor de prestigio social, impulsado, además, por la moda. Si, en parte, el yeísmo pudo tener su origen entre rústicos, en la época de su instalación en zonas no yeístas –época que podría delimitarse a la segunda mitad del siglo XX-, la avanzadilla ha venido desde las ciudades: el prestigio de la pronunciación urbana frente a la rural ("esa cosa de paletos"), las enormes oleadas de emigración del campo a la ciudad a partir sobre todo del año cincuenta y pico, que, de hecho, dejaron diezmados muchos pueblos, si no en trance de desaparición, la moda –que, entre otras muchas manifestaciones, también afecta a los usos lingüísticos- irradiada desde estas mismas ciudades (pues no se imponen tendencias desde donde apenas hay gente que pueda seguirlas), todo ello ha ido contribuyendo poco a poco al afianzamiento y expansión del yeísmo. A este respecto es significativo el caso que me sucedió hace unos meses con un alumno, cuya familia, por parte de madre, es de la misma tierra que yo: debía el muchacho de andar –como en otras ocasiones- algo enfadado conmigo y no muy contento consigo mismo, cuando, de repente –supongo que habría pronunciado yo en las cosas que iba diciendo alguna que otra ll-, me espetó: "¡Qué feo! ¡Qué pronunciación más fea! Hablas como mi abuela cuando dice gallina. Voy algunos fines de semana a verla y me pone enfermo cuando me dice que la acompañe al corral a echar de comer a las gallinas". Así me recriminaba, pronunciando la ll con la pronunciación exagerada y pedante de quien no la pronuncia nunca. "Pues sí, pronuncio gallina como tu abuela en su pueblo de Segovia, y Castilla y caballo. Es que en esto como en otras cosas soy arcaica. Me estoy quedando obsoleta" – bromeé por último-. Su recriminación demostraba dos cosas: un sentir, bastante generalizado entre la gente por lo que he podido percibir, de que algunos que vivimos en ciudades como Madrid pronunciamos raro, anticuado, o incluso mal; mostraba, por otra parte, su captación auditiva de la diferencia, lo que no es poco, pues he podido comprobar, entre la gente en general y alumnos míos en particular, no sólo que muchas personas no pronuncian la ll, sino que ni siquiera son capaces de oírla distinta de y.

La situación actual del yeísmo en la América de habla española, bastante compleja, a grandes rasgos viene a ser como sigue. En unas partes se da el yeísmo que se llama confundidor (todo el de España es de este tipo), por el que ll y y se confunden en y (con diferentes variantes regionales). En otras se da el yeísmo diferenciador, que consiste en que mientras se mantiene y donde siempre la ha habido, ll ha perdido su articulación característica lateral pero no se ha confundido con y sino que ha adquirido una pronunciación claramente distinta de ésta, haciéndose rehilada (bien con articulación central, bien con articulación mediopalatal); el hecho de la pérdida del rasgo característico y distintivo de un fonema y la adquisición de otro rasgo para seguir distinguiéndose es uno de los posibles desarrollos en la evolución del sistema fonológico de una lengua: con frecuencia un fonema (o una marca morfológica) no desaparece sino que se transforma, perdiendo un rasgo que le era distintivo y sustituyéndolo por otro: por ejemplo, en muchas partes de Andalucía, la desaparición de –s como marca de plural ha provocado que las vocales correspondientes a las formas plurales se hagan abiertas, para distinguirse de las de singular que, en consecuencia, se articulan cerradas. Por último, en otras partes se mantiene la diferencia entre ll y y.

Hay yeísmo confundidor en las países de las islas del Caribe y, de norte a sur, en el estado de Nuevo México, en México y América Central (en el norte y sur de México y gran parte de América Central y llega a desaparecer entre vocales, mientras que, por ejemplo, en Oaxaca se da y rehilada), en Venezuela, en casi toda Colombia, en una parte de Ecuador y una pequeña parte de Perú (ambas en zona costera), en el norte y centro de Chile, y en todo Uruguay y la mayor parte de Argentina, países donde es característico el rehilamiento, consistente en pronunciar y con una vibración especial.

El yeísmo diferenciador se da en el norte y centro de la sierra ecuatoriana y en la provincia argentina de Santiago del Estero.

Distinguen ll y y en una franja del interior de Colombia (incluida la capital, en la parte sur de la cordillera ecuatoriana), en una gran parte del Perú (sus tierras altas y la costa meridional), en casi toda Bolivia, en parte de las provincias argentinas de San Juan y la Rioja y en las que lindan con Paraguay, en todo el Paraguay y en el sur de Chile. La conservación de ll en estos países o regiones se ha atribuido, al menos en parte, a los adstratos de lenguas indígenas: así, por ejemplo, lenguas como el quechua o el aimara, de las regiones andinas, o como el araucano, del pueblo que ocupaba lo que hoy es el centro y sur de Chile y parte del sur de Argentina, lenguas en cuyo sistema fonológico hay ll, han podido contribuir a la conservación de este fonema en la lengua española.

Visto desde España, entre la gente corriente se ha tenido hasta hace poco la percepción, por otra parte bastante justificada y no mero fruto de un estereotipo, de que toda la América de lengua española era yeísta. Ocurría que la mayor parte de los españoles emigrados a América después de la Guerra Civil lo hizo sobre todo a México, Venezuela, Cuba, Argentina o Chile. Familias completas y en ocasiones pueblos casi al completo de asturianos, canarios, vascos o castellanos se reencontraron en la emigración a estos países; y en ellos, salvo en determinados focos, el yeísmo es dominante. Se suma a esto el hecho de que el habla de cantores y escritores americanos, por no hablar de las gentes del mundo del fútbol, que, durante aproximadamente la segunda mitad del siglo XX, con diferencia, más ha llegado a España (y que más influencia ha dejado) ha sido la de argentinos, uruguayos, cubanos, mexicanos o chilenos, gentes precisamente yeístas. Aquí hemos oído, en las grabaciones radiofónicas o de la televisión, entrevistas a Cortázar, a Borges, a Benedetti, a Sábato (quien, por cierto, en el día en que esto escribo cumple 90 años); aquí nos sabemos de memoria –unos por ser mayores y otros por ser jóvenes- las canciones de Víctor Jara, de Mercedes Sosa, de Silvio Rodríguez, los tangos y milongas de Carlos Gardel o de Carlos Acuña, los boleros de Antonio Machín, o las más recientes de grupos o solistas (algunos afincados y desarrollados musicalmente en España) como Los Rodríguez, Ariel Rot o los mexicanos Molotov. Es de suponer que la apreciación de que toda América es yeísta ya habrá cambiado o está en trance de hacerlo, porque ahora precisamente las gentes que llegan a España, y en grandes cantidades, y que se instalan en las grandes ciudades o en las zonas rurales son mayoritariamente de Ecuador o Perú, gentes que mantienen en su habla la distinción entre ll y y. Otra cosa será si esos inmigrantes, una vez integrados, llegan a hacerse yeístas, contagiados por el yeísmo de una buena parte del terrirorio español.

Hay cosas con las que uno se siente como en casa: el aroma del café, el sabor del vino, el campo abierto y extenso con un cielo límpido encima, la música de los grillos en el verano, la ciudad recortada en el rojizo atardecer… Eso me pasa a mí con la elle, con mi querida elle: cuando la oigo me siento como en casa: así que me siento como en casa en Tarragona o en Palencia o en Lisboa, pero también cuando viajo en el metro y se la oigo a alguno que tengo al lado, que puede ser de tan cerca como Soria o de tan lejos como Paraguay. No un afán científico o erudito; lo que me ha animado a escribir esto es el amor a mi tierra y a mi gente.