Κρεμαστή γέφυρα στο πρωτογενές τροπικό δάσος της βροχής, Κόστα ΡίκαMe llamo Elías y soy griego; pero no de la homónima ciudad del Cantón de Alajuela. Soy ateniense; pero no de la homónima ciudad de la República de Costa Rica. He venido aquí, a Centroamérica, de la mera Grecia, el país europeo, cuya antigua cultura se enseña también, en las escuelas ticas.

A veces, me gusta quedarme en la parada de los buses de San Carlos –un lugar quizás aburrido para ustedes, los ticos, pero de mucho interés para mí, –un gringo, un casi extraterrestre en este país tropical; me gusta, porque considero que en las paradas del mundo puedo redescubrir –como un nuevo Colón– los mundos de nuestra tierra: los chiribiscos sancarleños (que en Guanacaste se llaman “apretados”), las voces de los vendedores que van pregonando: “patí pa´ mí y pa´ti” jugando con su dialecto limonense, los olores y los colores de frutas con nombres indios, africanos y chinos: zapotes, ñame y mamón. Y eso es lo que yo llamo: “el encuentro de las culturas”.

Y me dedico a mirar los rótulos con los itinerarios de los buses: Esparta -la ciudad símbolo de la antigua valentía helénica que se mudó a Puntarenas-, Lepanto –el puerto griego de la famosa batalla naval, cuyo renombre llegó hasta Nicoya-, Aquilea –no la ciudad de Aquiles, el antiguo héroe troyano, sino ese pueblito por Puerto Viejo– y La Tesalia –el granero griego, que me parece tan cercano, desde aquí, en San Carlos…

Pues, la lengua, el concepto humano más arbitrario y a la vez el más lógico, es el espejo de cualquier mentalidad étnica. La gente, las personas, por lo general nacemos en una tierra que ya no nos parece tan fértil para la mentalidad que llevamos en nuestro ADN. Y nos enamoramos de otros países, antiguos y tan lejanos, que siempre los llevamos en nuestra alma. Y aprendemos sus lenguas –indias y latinas–, escuchando su música y leyendo su poesía. Y eso me ocurrió a mí con América Latina. “La patria de un escritor es su lengua”, dice Francisco de Ayala, y nos da así de entender lo que mucho después repitió el Premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias: “Soy el menos español y el más español. El menos español por mi cepa indígena y el más español por mi lengua. El menos español por mi lascasismo y el más español por mi quijotismo”. Varios eruditos y obreros de reconstrucción del vasto continente de la América indígena, y entre ellos, el greco-chileno Cristos Clairis, han planteado los asuntos sociolingüísticos de los amerindios: el monolingüísmo, el bilingüísmo y la alfabetización son los tres asuntos esenciales por solucionar hoy en América. Herencias árabes, como la palabra almohada, han pasado por medio de la lengua española aquí en el continente americano. Otras, de raíces indígenas, como la canoa, cruzaron por el “otro lado del charco” –como varios latinoamericanos llaman al océano Atlántico– y llegaron a Europa.

Ya les dije: yo soy griego, pero mi abuela era del Asia Menor, una región que hoy pertenece a Turquía; y mi madre era de Tanzania –el país africano. Crecí en el seno de una familia internacional, hablando griego en casa, alemán en mi escuela, inglés en mis viajes y español con mi hija. Crecí escuchando historias de conquistas y conquistados, que es la Historia de mi patria helénica, y es también la Historia de la patria de ustedes; la india y la latina. Considero, pues, que el hibridismo cultural –esa mezcla de civilizaciones– proyecta varios elementos interesantes, pero a la vez, corre en sus venas el dolor…

Después de muchos años de estudio, he llegado a comprender que la Historia es más un perseguimiento humano, que una búsqueda científica, en su sentido convencional –como escribe el Profesor Felipe Fernández Armesto, de la Universidad de Oxford–, porque el pasado no está presente en nuestras sensaciones: solamente podemos saber las impresiones de nuestros abuelos y su modo de percepción de ésta.

Y si ustedes me preguntan qué significa, qué es la cultura, yo les diría que después de haber viajado a 70 países del mundo, no conozco qué es una cultura, pero la reconozco de la melodía de su lengua, de la piel de su gente, de sus comidas…

Según el erudito y ex-cónsul greco-tico Constantino Láscaris, –que por cierto iba a pescar ahí por la finca de mi suegro, en La Esperanza de Santa Clara– cuando se quiere estudiar la idiosincrasia de un pueblo, se deben tener en cuenta los platos típicos, que no se comen necesariamente a menudo. En la comida que Moctezuma, el emperador azteca, ofreció al conquistador Hernán Cortés, los tamales figuran en lugar privilegiado. Pero en el lenguaje popular costarricense, “una buena tamaleada” designa el comerse unos cuantos tamales, y “¡un tamal!” es “un enredo difícil”; en un proceso penal, “el tamal” es “el expediente” y “descubrir el tamal” significa “salir a relucir a la superficie algo oculto”. Es un sincretismo lingüístico, un caleidoscopio cultural. Ya van -quién sabe cuántos años- desde que Sor Marie Rafael de Sión –aquella monja– llevó su cultura judeo-hispánica del mar Mediterráneo en un encuentro con la uto-azteca de las Américas, añadiendo en ese manjar indio las pasas de Corinto, la ciudad histórica de Grecia. Las Américas han sido –como refiere el poeta cubano José Lezama Lima– un plantario de la imaginación. Y estas Américas de la imaginación son innumerables y eternas, como ha dicho el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.

El año 1492 presagió la llegada de la era moderna, mediante el encuentro de dos mundos: los dos hemisferios unieron sus destinos por encima del “Mare tenebrosum”, y el ser humano, al descubrir al “Otro”, logró redescubrirse a si mismo.

Desde hace más de 2.000 años antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, existían ya indicios de un cuarto territorio en el mundo: los egipcios faraónicos, los griegos clásicos y los fenicios, los romanos, los cartagineses y los árabes, habían legado tantos mitos al Almirante, quien no tenía más que convertirlos en un facto verdadero.

Los españoles, según el antropólogo Claude Lévi-Strauss, viajaron menos para obtener nuevo conocimiento, y más para comprobar las leyendas antiguas, las profecías del Testamento Antiguo, los mitos grecorromanos, las historias de la Atlántida y de las amazonas, como también sus leyendas medievales.

¿Descubrimiento, encuentro, conquista o colonización?

Estas palabras y muchas más se podrían mencionar, pero la que cada pueblo elegirá depende de su propia perspectiva. Para Europa, todas expresan su necesidad de proyectarse hacia países imaginarios y mundos utópicos.

Aquí, en Centroamérica, hay una leyenda muy conocida: la de la Llorona, que tanto les gusta a los abuelos sancarleños contarla:

“la Llorona, que si´stá bañando isnuda en los ríos buscando arrepentí´a a su güila que lo había atira´o por el puente. Dizques la Malinche, quien había traiciona´o a los aztecas a su amito Cortés, y él, su mercé, la regaló a su ejército. Dios sabe de cuál solda´o hiju es. Yo, pa´ decirte la pura verdá´, no lo creo to´o isto. A lo mejor ella busca a ver quiénes somos, qué somos nojotros hoy…”

Es lógico que la historia eurocéntrica hable de un descubrimiento, mientras que la historia universal adopte el término del encuentro y lo que eso simboliza.

Teniendo en cuenta que la palabra símbolo deriva lingüísticamente del concepto griego antiguo συμβάλλω, que significa “juntar” y “contribuir”, podemos más fácilmente llegar a entender el porqué y el sino de tales hechos, y mucho más: la serpiente emplumada era para Mesoamérica el héroe civilizador y divino Quetzalcówatl.

El caso que los mayas veneraban y siguen hasta hoy en día venerando la Cruz se explica por tener ésa la forma del encuentro de la lluvia con la tierra.

Es, entonces, un hecho indudable que todos usamos una conjugación verbal, según la cual: “yo soy civilizado, tú eres aculturado, él es bárbaro”. (¿Cuántas veces no lo habrán dicho eso ustedes para un nicaragüense?)

Como dijo el escritor mexicano Eduardo Espinoza, “América, al heredar la perspectiva geográfica de los europeos, sufrió una pérdida de su orientación: ellos consideran Asia como Oriente Lejano, mientras que ésta se encuentra al occidente según la ubicación del continente americano, y América se encuentra al Este de China y Japón. Pero, las civilizaciones y las culturas siguen –de cierto modo– unos caminos diferentes –sí– pero paralelos. Caminos que se hacen al andar; al andar, se hacen caminos por las selvas y los hielos, los desiertos, el alta mar y el alta tierra:

desde Bolivia, hasta Guatemala. Rutas del pensamiento simbólico de la Humanidad.

Y esa amalgama de varias culturas en un ambiente ajeno de lo suyo, como por ejemplo los elementos artísticos ibéricos lindamente aparejados con influencias africanas en el arte de las alturas y los mares americanos, o la música llamada “saya” en Bolivia, y la correspondiente ”cumbia” de “Colombia”, se entiende como arte híbrido, o mestizaje cultural. Hablando de culturas mestizas, mulatas o zambas (entre blancos, indios, morenos y chinos), cabe mencionar el asunto de la música que en nuestra época se llama “ethnic” y está de moda. Buscando la palabra “baile” en un diccionario, leemos la explicación: “moverse a un ritmo musical”, pero la etimología filológica palidece al sonar la expresión tan humanamente caliente, que nos hace pensar que “bailar” es “comunicarse en un lenguaje no escrito”. En la realidad se trata de melodías y ritmos basados en la tradición e interpretados con instrumentos modernos, o lo contrario: instrumentos de la tradición tribal interpretando piezas musicales contemporáneas. Esto es también una de las formas multifacéticas de la producción cultural de la mezcla racial.

Durante los 500 años que se interfirieron hasta hoy en día, nuestros pueblos amerindios y latinos están en proceso de evolución, cuyos cambios siguen apareciendo: encuentros entre emigrantes y receptores; entre los que disponen y los que no tienen; entre los que caminan por las sendas del conocimiento y los que no pueden encontrar su propio camino.

El sueño de Simón Bolívar fue desanimado durante los ciento cincuenta años de discordia, y trata de renacer hoy gracias a la voluntad política: la institucionalización de zonas de mercado común y las colaboraciones en el sector educativo y científico constituyen el punto de partida de la evolución que encontró su expresión en la I. Cumbre Iberoamericana, cuyos valores nos motivan a concienciarnos que todos somos partes de un gran organismo que se llama Naturaleza, y que debemos seguir un nuevo camino hacia el desarrollo, manteniendo a la vez el respeto al ser humano, a nuestro planeta y al Universo entero.

Terminando, quería decirles que en la perspectiva de tenerlos a ustedes en mis laboratorios de lenguas extranjeras a partir del próximo año escolar, me gustaría llevarles a un viaje cercano –hasta México– donde en mis andanzas había hecho amistad con unos jóvenes –como ustedes– que eran chicanos, o sea mexicanos nacidos en los EE.UU., que tratan hoy de mantener su identidad latina, quienes me apuntaron un poema que no está escrito en español, ni en inglés, sino en espanglish, y dice:

When Raza?
Yesterday´s gone
and
mañana,
mañana doesn´t come
for he who waits.
He will see a morrow mañana.
La Raza,
la gente que espera,
no verá mañana;
our tomorrow es hoy,
ahorita que vive la Raza.
Mi gente,
our people to freedom,
when?
Now, ahorita, ¡define tu mañana hoy!

Ηλίας Ταμπουράκης, Καθηγητής Ισπανικής & Πορτογαλικής Γλώσσας & Πολιτισμού, κιν. 6951614346, e-mail: Αυτή η διεύθυνση ηλεκτρονικού ταχυδρομείου προστατεύεται από τους αυτοματισμούς αποστολέων ανεπιθύμητων μηνυμάτων. Χρειάζεται να ενεργοποιήσετε τη JavaScript για να μπορέσετε να τη δείτε.